sábado, noviembre 25, 2006

Nikko

A un par de horas del centro de Tokyo se encuentra el idílico Nikko. Al abandonar el tren encontramos un paisaje de ensueño, con montañas nevadas al fondo y bosques amarillos, verdes y rojos.

No hay una nube en el cielo y el frío es intenso.



El autobús nos sube a la zona donde se encuentran los templos. Nikko es un lugar sagrado desde mediados del siglo VIII, cuando el monje budista Shodo Shonin construyó una ermita en el lugar.



Tosho-gu es el centro de la zona de santuarios de Nikko y cerca de él hay varias construcciones como Rinno-ji, Tosho-gu, Futasaran Jinja y otros.



La multitud se congrega tanto fuera como dentro de los templos. En el interior se celebran actos religiosos para los que es necesario descalzarse antes de arrodillarse en el tatami.



Después de visitar Nikko es casi imposible volver a casa sin un recuerdo. Todos los templos tienen varios puestos donde por cientos o miles de yenes se venden amuletos de la buena suerte. Para unos se trata de un negocio, para otros es una parte indispensable del culto.

En uno de los templos pedimos humildemente que los dioses nos sean propicios agitando una cuerda.



Sin duda lo que más recordaremos de Nikko es el entorno. Cedros gigantescos nos vigilan desde lo alto.



Terminamos la visita del último templo con la sensación de que aquellos templos no asombran. Quizás los primeros monjes fueron conscientes de que la naturaleza de aquel lugar no sería nunca superada.



Regresamos a pie hacia la estación de tren. En el camino encontramos el famoso puente rojo que cruza el río Daiya. En realidad se trata de una reconstrucción del original del siglo XVII.



El puente es conocido por ser el lugar exacto donde, según la leyenda, el primer monje budista Shodo Shonin atravesó el río a lomos de dos enormes serpientes.



En definitiva, nunca olvidaremos el otoño rojo de Japón.



Jovencitas japonesas juegan a los aros en un templo de Nikko

http://www.youtube.com/watch?v=CoFGx2NoZYM

1 comentarios:

Blogger Marquesa Azul ha dicho...

Qué bonito.
Quiero ser japonesa, pero japonesa de la edad media, o de mucho antes, cuando los monjes cruzaban los ríos a lomos de serpientes gigantes, con las bóvedas rojas de los bosques otoñales vigilando, indolentes, sus pasos.

Y esperar a mi guerrero samurai modosamente envuelta en un kimono, sentada sobre la piel de un tigre albino que él hubiera cazado para mí.

4:21 p. m.  

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